24 de agosto de 2013

Ojos de agua y La playa de los ahogados

En los últimos años, Domingo Villar ha sido uno de los nombres más importantes en el panorama de las novelas policiacas. Todo un éxito de ventas, sus dos libros sobre el inspector Leo Caldas se han traducido a multitud de idiomas y los admiradores de la saga no paran de preguntar cuándo se publicará el tercero. Debería haber salido ya el año pasado, pero Villar se está tomando el tiempo que necesita para dejar la novela redonda sin ceder a las presiones del mercado editorial, en el que parece que siempre impera la prisa. Saber eso no hizo sino aumentar mi simpatía por este autor, pues me disgusta bastante esa afición que tienen algunos escritores (no daré nombres, je, aunque ya he comentado algún caso antes en el blog) de escribir novelas como churros aprovechando el tirón de su efímera fama, a costa de dejar a un lado la calidad. 

El caso es que aún no tenemos tercera novela de Leo Caldas, pero se puede ir abriendo boca con las dos que hay ya en el mercado:  Ojos de agua y La playa de los ahogados. Leo Caldas es un inspector de policía lacónico, solitario, que tiende a esconder su timidez tras la cortina de humo de un cigarro y que siente auténtico disfrute ante un plato de percebes gallegos. Aparte de ser inspector de policía, ejerce también como Patrullero en las ondas en un programa de radio de Onda Vigo, donde escucha las quejas de los oyentes y trata de solucionarlas, aunque él aborrece que la gente de a pie le reconozca al instante solamente por el programa de radio. Trabaja junto al agente Rafael Estévez, un zaragozano que ronda el metro noventa, con buen corazón pero de maneras algo agresivas en ocasiones, a quien exasperan las maneras de los gallegos, que nunca dan una respuesta clara a una pregunta.

Vigo y los pueblos y playas de los alrededores son los escenarios en los que transcurre la acción, y la geografía, la comida, las costumbres y las maneras de ser de los gallegos son tanto o más protagonistas que los crímenes que Leo Caldas tiene que resolver, y ahí radica en mi opinión el encanto de estas novelas. Cuando te sumerges en sus páginas crees estar recorriendo las costas de Galicia, viendo en el horizonte las islas, comiendo en sus tascas y hablando con los lugareños. 

Paso ahora a hablar de las dos novelas publicadas: Ojos de agua, que el propio autor tradujo del original en gallego, cuenta la historia de Luis Reigosa, un saxofonista de ojos de un azul muy claro —«ojos de agua»— con una vida discreta y solitaria, que un día aparece muerto en su casa en lo que parece claramente un crimen pasional. En La playa de los ahogados, la trama arranca con la aparición de un marinero ahogado en una de las playas cercanas a Vigo. Todo apunta a un suicidio, pero poco a poco Leo Caldas empieza a desenterrar el pasado y tendrá que remontarse muchos años atrás para empezar a arrojar luz sobre este crimen.

Ojos de agua puede ser una buena introducción a las aventuras de Caldas, si bien La playa de los ahogados es una novela en mi opinión mucho más trabajada, con una trama compleja y elaborada que se desarrolla a lo largo de 445 páginas (frente a las 187 de Ojos de agua). Si la primera novela es buena, la segunda la recomiendo sin ambajes. Uno de los puntos que más me han gustado es la evolución de Rafael Estévez: del agente sin paciencia ni control con un punto de psicópata que se retrataba en Ojos de agua al gigantón atolondrado y brutote, pero de buen corazón, que es en La playa de los ahogados. Resulta todo un acierto haberle matizado el carácter un poco. En cuanto a Caldas, al principio pensaba que su carácter lacónico (su respuesta favorita es "Ya."…) iba a hacer que no me cayera del todo simpático, pero no es así: es un personaje muy humano que visita a su padre viudo cuando puede y se atormenta por la sombra de un amor que se fue no hace mucho.

Si os gustan las novelas policiacas, sin duda pasaréis un buen rato entre las páginas de estos libros, y si queréis conocer un poco más el día a día gallego también: yo me llevé La playa de los ahogados a mis vacaciones en Vigo (era la primera vez que pisaba tierras gallegas) y no pude haber escogido una compañía mejor.

La isla de Toralla con su pequeño atentado ecológico: una torre de apartamentos de 70 metros de altura, donde se desarrolla parte de la acción de Ojos de agua.

19 de agosto de 2013

El alquimista impaciente

Con Lorenzo Silva tuve un encontronazo cuando traté de leer La flaqueza del bolchevique, un libro al que no acabé de encontrarle la gracia. El caso es que llevaba viendo rondar por casa El alquimista impaciente y lo fui dejando de lado pensando que sería un libro del mismo corte. El otro día se me ocurrió leer la contra, vi que era una novela policiaca (bueno, de la Guardia Civil) y me lancé a devorarlo en dos días. ¡Y lo cierto es que está muy bien!

En un motel de carretera aparece el cadáver desnudo, en una incómoda postura, de quien al parecer era un señor normal y corriente: casado, empleado en una cercana central nuclear, sin ningún enemigo aparente y con un carácter bonachón. En el caso se emplean el sargento Bevilacqua y la guardia Chamorro, ambos de la Guardia Civil, quienes van agotando las pistas hasta que se ven abocados a cerrar el caso sin solucionarlo. ¿O quizá tendrán que reabrirlo de nuevo pasado un tiempo…?

Una novela policiaca bien escrita, con giros interesantes de la trama, buenas reflexiones por el camino y un final bastante bien hilado. El sargento Bevilacqua no responde a los estereotipos que uno esperaría de un miembro de la benemérita, pues es licenciado en psicología y su formación hace que en ocasiones se sienta un poco bicho raro entre sus compañeros. En esta novela, además, obtendremos algo de información acerca de las centrales nucleares, que creo que no son muchos los autores que deciden ambientar sus novelas en un escenario tal y puede dar mucha miga. Quienes disfruten con las novelas policiacas tienen en El alquimista impaciente buen material.

Durante la lectura traté de ponerles cara a Bevilacqua y Chamorro sin conseguirlo (¡qué imaginación tan pobre la mía!). Hoy, buscando alguna foto para la reseña, he encontrado una de los dos protagonistas que llevaron esta novela a la gran pantalla, ¡y creo que están muy bien escogidos!


De todas formas, a la novela le pongo un pero (ojo, spoiler): la tensión sexual entre Bevilacqua y Chamorro. Me pareció una idea muy manida y muy cansina, la verdad. Encuentro mucho más interesante, por ejemplo, la relación estrictamente profesional que unía a Fermín Garzón y Petra Delicado en las primeras novelas de de esta inspectora: puro compañerismo con muchos guiños de complicidad y buen entendimiento.

En el mercado hay siete novelas en las que Silva narra las andanzas de Bevilacqua y Chamorro, y la última de ellas, La marca del meridiano, ganó el Premio Planeta en el 2012. ¿Conocíais las aventuras de esta pareja?

8 de agosto de 2013

Las lágrimas de San Lorenzo

Un profesor de universidad que ha rodado por Europa como una bola del desierto sin echar raíces en ningún lugar regresa a Ibiza, donde pasó sus mejores años de joven, para asistir junto a su hijo, del que vive separado hace ya tiempo, a la lluvia de estrellas de la mágica noche de San Lorenzo. La contemplación del cielo, el olor del campo y del mar y el recuerdo de los días pasados desatan en él la melancolía, pero también la imaginación.

No digo nada nuevo al afirmar que cada lectura tiene su momento adecuado. Libros que en una época de nuestras vidas no nos transmiten nada, se convierten en lecturas que nos marcan al cabo de unos años, o simplemente nos reconocemos en cada una de las frases, que van cobrando sentido a nuestros ojos.

Eso es justo lo que pensaba al leer esta novela: no era el momento. Se trata de una historia que se nutre de recuerdos y de momentos pasados, y que mira al futuro con desesperanza. Es de corte intimista, y a medida que caen las estrellas fugaces de la noche de San Lorenzo el protagonista va desgranando recuerdos nostálgicos de una vida de la que ya no espera nada:

Durante muchos años, pensé que eso sólo les pasaba a otros, que el temor a envejecer sólo les afectaba a quienes me precedían en el escalafón del tiempo. A mis padres, por ejemplo, o a mis abuelos, antes que ellos. Pero cuando éstos desaparecieron, cuando se convirtieron en estrellas que brillaban en el cielo por las noches, cada vez con menor intensidad, comencé a sentir esa desazón que produce saberse ya en la primera fila.

A este autor lo descubrí con La lluvia amarilla, un libro que ya reseñé hace años (aquí). Ese libro es igual de pesimista o más que este, y sin embargo me cautivó, pese a que yo no me veía reflejada en lo que contaban sus páginas. No obstante, con Las lágrimas de San Lorenzo no he sentido ese mismo flechazo. Como digo, la historia no me ha acabado de cautivar y el estilo del autor tampoco me ha parecido tan magistral como en La lluvia amarilla. 

Puede resultar una lectura interesante para la lluvia de estrellas de este fin de semana, puesto que la novela entera se ambienta en la noche de San Lorenzo. Pese a que a mí no me ha entusiasmado, lo recomiendo para quienes busquen una lectura intimista acerca del inexorable paso del tiempo, con abundantes reflexiones sobre el devenir de la vida.