15 de enero de 2013

El asesino hipocondríaco

La vida del señor Y. es una sucesión de desgracias, infortunios y enfermedades. El pobre hombre padece muchísimas afecciones, tanto comunes como las más raras que se han estudiado: estrabismo, alergia al kiwi, la maldición de Ondina, el Síndrome del Acento Extranjero, lumbalgia, el Síndrome de Proteus o el Síndrome del Espasmo Profesional. Además, es un hipocondríaco sin remedio: las enfermedades que no tiene, se las inventa. Así, el hombre está convencido de que no le queda más de un día de vida. Sin embargo, el señor Y. es también detective privado, de moral kantiana para más inri, y eso significa que debe arrastrarse de la cama que es ya su lecho de muerte para consumar su último encargo: el asesinato de Eduardo Blastein.

Sin embargo, la mala suerte persigue al señor Y. y hace que, uno tras otro, todos los intentos de matar a su víctima fracasen estrepitosamente. Al final uno llega a pensar que no es que fracase, sino que el señor Y. posterga continuamente su misión porque ha establecido una especie de empatía con el señor Blastein… ¡aunque eso no significa que cese en su empeño de cometer el crimen!

Las peripecias de estos dos señores se intercalan con la narración de las vidas de escritores y pensadores famosos que también tuvieron buena parte de su vida un delicado estado de salud: Jonathan Swift, Immanuel Kant o Edgar Allan Poe desfilan entre sus páginas y comparten enfermedades con nuestro protagonista.

Es una novela difícil de clasificar, porque no puede considerarse estrictamente un libro de humor, ni tampoco novela negra, aunque algo de estas dos categorías sí que tiene. Desde luego, lo que no se le puede negar al autor es haber escrito un libro tremendamente original y que escapa a todo intento de clasificación. Lo que no hay que pasar por alto es el tremendo trabajo que ha realizado el autor a la hora de documentarse acerca de las más variopintas enfermedades –en algunas páginas el libro casi parece un tratado de medicina– y acerca de las vidas de los diferentes escritores, contadas en ocasiones al detalle. Está tremendamente logrado y, lo que para algunos lectores era una aburrida enumeración de síntomas y tratamientos, a mí me ha parecido algo interesantísimo y uno de los puntos fuertes del libro.

Sin embargo, no hay que esperar una novela desternillante (aunque yo sí me reí mucho). Si se lee entre líneas destaca la angustia vital de una persona que se siente tremendamente sola. Ese es más bien este el eje en torno al cual gira la novela.

Ha sido una lectura que he disfrutado muchísimo: me he reído, he estado intrigada hasta el final de la novela, he seguido interesada las enumeraciones de enfermedades y hasta les he cogido cariño a los personajes. Un libro tremendamente original, muy bien escrito y de lectura ágil, pero que no recomendaría a todo el mundo, pues hay a quien ha decepcionado. Me corrijo: sí que lo recomendaría, sin dudarlo, pero aconsejaría al futuro lector que lo leyera con la mente abierta y no esperando encontrarse una novelita de humor al uso.

Copio un par de fragmentos, que ayudarán a que, quien esté interesado en esta novela, se haga una idea de lo que puede encontrar en ella:

«En contra de todas las leyes de la naturaleza, por una suerte de milagro, en este exacto instante paseo mi cuerpo carcomido de enfermedades por el centro de la ciudad, a la vista de todos. Es miércoles, y tengo la absoluta certeza de que hoy moriré. Ahora mismo, mientras me venía a la mente este pensamiento, he tenido que parar en medio de la calle, y asirme a la barandilla que separa la acera del curso del tráfico, porque un estremecimiento ha recorrido mi corazón, y una vez más falta el aire en mis pulmones. No sé, quizá no llegue a esta tarde después de todo. Tendré que sacar fuerzas de flaqueza, y retrepándome por los barrotes de esta barandilla metálica, arrastrando mi inútil cuerpo renqueante, avanzar por la calle Alcalá, hasta encontrarme con Eduardo Blaisten en el punto en el que suele aparecer a las 9.23 los miércoles por la mañana. Y, por todos los medios, tratar de matarlo en unas horas.»

«Cuando me he despertado esta regalada mañana de viernes, cuando me he descubierto aún con vida tocado por los tímidos rayos de este amanecer inesperado, he tenido que tirar con todas mis fuerzas de mi descompuesto cuerpo para conseguir arrancarlo del lecho, he tropezado a los pies de la cama con los aparatos de respiración asistida, he querido decir: "¿Por qué la mala suerte me persigue?", y en su lugar he dicho: "¡Attention, señoor, le voiture!". Y entonces lo he visto claro: tan sólo había de venir a buscar a Eduardo Blaisten al Starbucks de la calle Virgen de los Peligros esquina con Alcalá, donde los viernes, al igual que los martes, viene a tomarse su café matinal, dirigirme a él y esperar a que cualquiera de sus comentarios me suene como una amenaza de muerte, y en ese momento acabar de una vez por todas con su vida, con la eximente de que yo creeré hacerlo en legítima defensa.»