28 de noviembre de 2012

La vida iba en serio

Sé que no tengo perdón; que estar dos meses casi sin colgar reseñas y volver nada menos que con el libro de Jorge Javier debería enviarme de cabeza a los infiernos literarios (en los que no se puede leer porque las llamas consumen las páginas de los libros, ¡uuuuh, qué pesadilla!). El caso es que el autor es un personaje que me produce muuuuucho repelús, pero al mismo tiempo me dio curiosidad saber qué libro había «perpetrado», no con la esperanza de que resultara ser un buen escritor, sino sobre todo para poder criticarlo con unos mínimos argumentos.

Para empezar, hay que cuestionar hasta qué punto este libro hace de Jorge Javier Vázquez un escritor. Él mismo lo dice: «No soy escritor. Solo he escrito un libro». Es el típico caso de una editorial gorda que tantea al famoso de turno para que escriba un libro que se venda como rosquillas en Navidad o en Sant Jordi. Por supuesto, al famoso de turno hay que ponerle a un editor de apoyo (Mercedes Castro en este caso) que vaya revisando capítulo por capítulo y enderece la torpe escritura, porque de otro modo saldría algo infumable.

El libro, de tintes autobiográficos, arranca con la llegada del protagonista a Madrid, donde trabajará escribiendo reportajes sobre el famoseo para la revista Pronto. Atrás queda su infancia en el barrio de San Roque de Badalona, donde era un niño tímido y apocado de quien todos se burlaban («¡marica!») y que encontraba refugio en la lectura, y atrás queda también su juventud en las filas del Opus Dei, donde estuvo a punto de ingresar. Da cuenta también de la tensa relación que tuvo con su padre, que se negaba a aceptar la homosexualidad de su único hijo varón, y la complicidad que siempre hubo con su madre.

La novela también menciona diversos personajes del famoseo y narra cómo evolucionó la trayectoria profesional de Jorge, el protagonista: desde aquellos reportajes del Pronto hasta que traba amistad con Carmen Rigalt, lo que con el tiempo le abrirá las puertas a trabajar con Rosa Villacastín y Ana Rosa Quintana (el libro termina justo en ese punto).

El libro, como no podía ser de otra manera, se lee muy fácil (no vaya a ser que el público de Sálvame pierda el hilo). No exige esfuerzo alguno; al contrario, la prosa es facilona y el autor va dando dosis de morbo para animar al lector a seguir leyendo. Y así como en Sálvame mantienen la atención del espectador a base de gritos e irreverencias, en esta novela el hilo conductor es el sexo, y parece que Jorge Javier se precia de ser muy malhablado, como para que todos veamos lo desinhibido que está y los pocos complejos que tiene a la hora de hablar del tema. Nos enteramos de que la primera experiencia sexual del protagonista fue con un chapero; nos da cuenta de las pajas que se hacía en el cuarto de baño de casa de sus padres; del temor a que se le pusiera dura mirando las carnes tersas y los culos prietos de sus compañeros del Opus; de cómo se follaba al primer tío que se le cruzaba en los cuartos oscuros de las discotecas de Barcelona, en las que se ponía además borracho como una cuba; de cómo le comía la polla a su pareja; de cómo su madre se corría en las primeras citas cuando su padre le tocaba en un hotelucho de la Barceloneta... Bastante repetitivo todo el tema del sexo, y de lo más cansino.

Jorge, el protagonista, no inspira ningún tipo de ternura pese a todas las desgracias que cuenta de su infancia, pues en toda la novela se adivina un trasfondo ególatra, en cada línea sugiere lo listo que es él y lo tontos que eran los profesionales que le rodeaban, y también nos cuenta que le llamaban «pequeño dictador» (huelga decirlo: basta verlo en un plató). En la segunda mitad del libro ya la cosa se me hizo aburrida, pese a los intentos del autor de darle dramatismo haciendo a su madre narrar en primera persona la muerte de su padre. No conseguí empatizar con los protagonistas de estas páginas porque está narrado de manera muy burda; para aumentar la carga emocional de las últimas páginas y crear un final apoteósico Jorge Javier cuenta nada menos que a su padre tuvieron que ponerle pañal en sus últimos días porque se hacía caca encima. Eso son armas de escritor; sí, señor.

El caso es que tampoco creo que su fiel público de Sálvame comulgue mucho con una novela de este tipo, porque no veo yo a esas señoras leyendo acerca de cómo Jorge le ponía la polla en la boca a Daniel y se corría de gusto (utilizo un vocabulario fiel al de Jorge Javier Vázquez para que el lector se haga una idea de lo que se encontrará).

En fin, acabemos con esto cuanto antes: mi recomendación es que no se acerquen a este libro ni en el Día de los Inocentes, no vaya a ser que alimentemos a la bestia (y que conste que yo no he pagado por él, me lo han prestado).

¡Ah! Lo mejor del libro es, sin duda, el título, que Vázquez toma de un poema de Gil de Biedma. Quedémonos con eso:


No volveré a ser joven

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.